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La opinión de The Guardian sobre la vergüenza de volar: «Enfrentémoslo, la vida tiene que cambiar»

Editorial

Lo que elijan los individuos no resolverá la crisis climática; sin embargo, los ministros no deberían animar a volar.

Este texto lo he conseguido en la página web de CIOL (DipTrans). El texto original puede ser encontrado en The Guardian

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Viernes 17 de enero de 2020, 18:30 GMT.

Todo comenzó en Suecia, cuando en 2018 el término flygskam se acuñó para describir la incomodidad de volar que sienten aquellos viajeros preocupados por el medioambiente. La etiqueta #JagStannarPåMarken (que en español se traduce como #MeQuedoEnTierra), se empezó a utilizar simultáneamente en todo el mundo, a la vez que surgían grupos que compartían recomendaciones.

Otros países ricos tampoco son inmunes a dichas tendencias. En una reciente encuesta realizada a 6000 personas de Alemania, Francia, el Reino Unido y los Estados Unidos encontró que el 21 % ha reducido [el número de vuelos]. Este tipo de cambio de actitudes es lo que hace más preocupante que los miembros del actual gobierno, incluyendo al propio ministro de Salud, Matt Hancock, todavía no se hayan puesto al día. Preguntado dos veces esta semana en la radio si las personas deberían volar menos, el ministro de Salud respondió que no deberían.

Es posible que la activista sueca, Greta Thunberg, sea quien se haya esforzado más en promover la idea de evitar volar en la medida de lo posible. En agosto, navegó a Nueva York en un velero de cero emisiones. El año pasado en Suecia el número de los pasajeros aéreos bajó un 5 %, mientras que el porcentaje de los que viajaron en tren aumentó. El Partido Verde de Alemania —el cual alcanzó el 20 % en las elecciones europeas del año pasado y conseguir duplicar el número de asientos— tiene como objetivo hacer de los vuelos domésticos algo del pasado.

Con las nuevas investigaciones, que muestran que 2019 registró el segundo año más caluroso de la superficie del planeta y el más caluroso de todos para los océanos, es cada vez más difícil comprender por qué una persona racional no apoyaría todas y cada una de las medidas diseñadas para reducir las emisiones de carbono. La evidencia de los crecientes peligros se extiende desde la devastación causada por los incendios en los montes australianos, hasta el reporte de esta semana sobre la muerte, en menos de un año, de más de un millón de aves marinas, como consecuencia de un núcleo caliente1 en el océano Pacífico.

Es por este contexto, por el cual se hace alarmante escuchar de manera despreocupada a un experimentado ministro del gobierno británico —uno que generalmente se encuentra en el lado más moderado de su partido—, negar que sea buena idea volar menos. Peor ha sido cuando sus palabras vinieron a pocas horas de anunciar las vacaciones fiscales y la revisión del impuesto al pasajero aéreo como parte del acuerdo de rescate para salvar la aerolínea regional Flybe. El comentario «deberíamos utilizar la tecnología para reducir las emisiones de carbono», expresado por el ministro Hancock, podría ser retirado por ingenuo si no fuera tan irresponsable.

El avión eléctrico está en sus primeros pasos y, mientras ha habido logros significativos en cuanto a la eficiencia del consumo de combustible, el avión de cero emisiones se mantiene como una posibilidad remota. Consecuentemente, las proyecciones de las emisiones futuras esperan que la industria aérea se haga responsable por una mayor proporción de las emisiones totales; sin embargo, la industria se queja de que sean injustamente señalados dado que el porcentaje actual es de 2,5 %.

No obstante, el Reino Unido es un caso aparte. Hoy en día, la industria aérea es responsable del 7 % de las emisiones y se espera que supere a todas las demás [industrias] en 2050. Los británicos son los que más viajan y con más frecuencia a destinos internacionales en todo el mundo; sin embargo, una pequeña minoría realiza gran parte de los vuelos. Por el contrario, en una reciente encuesta realizada por el gobierno, un 48 % reportó no haber volado el año pasado. Hoy en día, los Estados Unidos posee el tráfico aéreo más pesado del mundo (incluye los vuelos domésticos), pero según las predicciones de la IATA (la Asociación Internacional del Tráfico Aéreo), China le adelantará en unos cinco años. Se espera que, en 2037, el tráfico aéreo se duplique en cerca de 8200 millones de pasajeros anualmente.

Nadie desea que las rutas a destinos remotos, como aquellas que cubre Flybe, sean cortadas. Es por esta razón que un puñado de estas rutas que se consideran socialmente necesarias, se encuentran exentas de las normas europeas sobre ayudas estatales. Sin embargo, los ministros deberían promover alternativas donde sea necesario. Sugerir una reducción en los impuestos aéreos cuando la tarifa de los trenes sube un 2,7 %, envía un mensaje erróneo.

Alterar los hábitos de los individuos, aún de manera masiva, no evitará el desastre. En un sentido, la verdad es lo opuesto: la respuesta está en la acción colectiva de todos países, encabezados por unos gobiernos que impulsen a todas las economías hacia una era limpia. La vergüenza de volar, junto con otros movimientos que restrinjan otras formas de consumo intensivo de carbón, son todavía una fuerza del bien. No se trata de mostrar que eres mejor que los demás o de reemplazar la ansiedad de la esfera pública por una privada. Es mostrar a los líderes mundiales, en los negocios y en la política, que ya lo hemos entendido: la vida tiene que cambiar.

TRANSLATION ENDS HERE

1 el término hot blob tuve que buscarlo en el Internet; al momento de hacer esta traducción, no contaba con el material bibliográfico sobre el tema. En el examen, hubiera dejado el término original en cursiva y una nota a pie de página donde explicaría que no contaba con el material bibliográfico para traducir el término correctamente.

"The Guardian view on ‘flight shame’: face it – life must change"

Individual choices will not solve the climate crisis but ministers should not be encouraging flying

Fri 17 Jan 2020 18.30 GMT

It started in Sweden, where the term flygskam (flight shame) was coined in 2018 to describe the unease about flying experienced by environmentally conscious travellers. The hashtag #jagstannarpåmarken (which translates as #stayontheground) came into use around the same time, as groups sprang up to share tips.

Other wealthy countries are not immune from such trends: a recent survey of 6,000 people in Germany, France, the UK and the US found 21% had cut back. Such a shift in attitudes makes it all the more disturbing that members of the current government, including the health secretary, Matt Hancock, have yet to catch up. Asked twice on the radio this week whether people should reduce the number of flights they take, the minister said they should not.

The Swedish activist Greta Thunberg has probably done more than anyone else to promote the idea that flying should, wherever possible, be avoided. In August she went to New York on a zero-emissions sailing boat. In Sweden last year, air passenger numbers fell by 5% as rail numbers went up. The German Green party (which topped 20% and doubled its seats in last year’s European elections) aims to make domestic flights obsolete.

With new research showing 2019 was the second-hottest year on record on the planet’s surface, and the hottest-ever for the oceans, it is increasingly difficult to understand why any rational person would not be behind all and any measures designed to reduce carbon emissions. Evidence of the growing danger extends from the devastation caused by the Australian bushfires to this week’s report that up to 1 million seabirds were killed in less than a year by a “hot blob” in the Pacific Ocean.

This context made it particularly troubling to hear a senior UK government minister, and one generally considered to be on the moderate wing of his party, blithely deny that reducing flights is a good idea. Just as bad was the fact that his remarks came only hours after the announcement of a tax holiday and review of air passenger duty as part of a rescue deal to save the regional airline Flybe. Mr Hancock’s comment that “we should use technology to reduce carbon emissions” could be dismissed as naive if it was not so irresponsible.

Electric flight is in its infancy and, while there have been significant gains in fuel efficiency, zero-carbon flight remains a remote prospect. Projections of future emissions consistently expect aviation to be responsible for an increasing share of the total, although the industry complains that it is unfairly singled out given that the current figure is 2.5%.

The UK, however, is a special case. Aviation is responsible for 7% of emissions now and is expected to overtake all other sources by 2050. Britons are the most frequent flyers to international destinations in the world, although a small minority are responsible for the vast majority of flights; by contrast, 48% reported in a recent government survey that they had not flown at all in the previous year. The US, meanwhile, has by far the heaviest air traffic (including domestic flights) overall, with the International Air Transport Association predicting that China will overtake it in about five years’ time – and global air traffic expected to double to around 8.2bn passengers annually by 2037.

No one wants remote locations such as some of those served by Flybe to be cut off, which is why the handful of routes deemed socially necessary are exempt from European state aid rules. But ministers should promote alternatives wherever possible. Hinting at a reduction in flight taxes when rail fares are rising by 2.7% sends the wrong message.

Individuals altering their habits, even in large numbers, will not avert disaster. In a sense the opposite is true: collective action by whole countries, led by governments, to push entire economies into a clean era is the answer. But “flight shame”, along with movements to restrict other carbon-intensive forms of consumption, is still a force for good. The point is not to show that you are better than other people, or to displace anxiety from the public realm into the private one. It is to show the world’s leaders, in business and politics, that we get it: life must change.